domingo, 21 de noviembre de 2021

Media alma en venta

Esta semana fui a los "Hijos de Sánchez", una librería de usado que está en el centro de Puebla, que hace honor a su nombre, ahí va harto hijo de Sánchez, Hernández y demás apellidos comunes de gente pobre y empobrecida, justo no había querido ir por esa última razón, y es que me daba pesar ir en tiempos covid y encontrar lo que ya me esperaba, la librería rebozante de libros que gritan personas en apuros, fracciones de bibliotecas con aroma a muerto, herencias que no supieron apreciar... Media alma en venta de quién sabe quién, porque media alma es justo lo que pesa una biblioteca personal, ni más ni menos, media alma monetizada y en oferta es lo que uno encuentra por ahí.

He de añadir que "Los Hijos de Sánchez" es un nombre que rinde tributo a un clásico de la antropología. Irónicamente habla de la pobreza y la descendencia, aunque una librería de usado es un  espacio más accesible que la Gandhi, eso es innegable, no sé que pensaría Oscar Lewis de ese tributo a la precariedad económica estudiambril, la frecuentabamos mucho los de filosofía, letras y los de la facultad de lenguas, en mi época de estudiambre acompañe a un par de compañeros a dejar algunos ejemplares ahí, alguna vez estando en crisis me plantee la posibilidad de malbaratar ahí a alguno de mis bebés, pero al final siempre preferí comer mal a dejar mis libros.  


lunes, 15 de noviembre de 2021

enamorada del ideal del siglo

Estoy enamorada del ideal del siglo y me di cuenta hace pocos días, después de tres o cuatro amantes consecutivos y su eterna cháchara, sobre lo mucho que trabajan para vestirse bien, para viajar y que nos lleguen notificaciones por las distintas redes sociales sobre lo bien que la pasan y lo mucho que conocen.

Estoy enamorada del ideal del siglo y lo comprendí después del segundo café, y escuchar el parloteo sobre la proteína en malteada, la pechuga de pollo asada y las rutinas fitness. 

Estoy enamorada del ideal del siglo, el prototipo de hombre mestizo que busca cumplir con los "estándares blancos", del chico aventurero millenial que trabaja incansablemente para costearse un par de días de vacaciones al año en algún destino instagrameable, aunque yo no tengo instagram y me interesa más escuchar su relato que mirar esas fotos que tras montones de filtros anulan su piel morena. 

Escucho atenta por n vez el relato del hostal de la pareja que no dejaba dormir, la tertulia bohemia, la guapísimas mujeres extranjeras, y muestro interés a la procesión de destinos convencionales, donde religiosamente no pueden faltar Barcelona, Madrid, París, Roma y Venecia, relato cuyas únicas variables son el rostro y el tono de voz; mientras tanto le miro el semblante cansado y decido pagar la mitad de la cuenta, porque me enternecen sus ganas de conocer el mundo y su entusiasmo, me solidarizó silenciosa con los ahorros para el siguiente destino. 

Luego en la siguiente cita y después de un par de tragos viene la propuesta de viajar juntos, y yo trato de excusarme con cortesía argumentando que no soy esa clase de persona, que viajar no me interesan y que si hiciera falta trepar de un risco o tirarse por una de las cascadas de la huasteca potosina no cumpliría con la intrépidez, me mira extrañado porque le pareció que se asomó un brillo en mis ojos cuando contó la travesía reglamentaria por el viejo continente, sin entender que lo que me conmovió fue el entusiasmo de sus palabras. 

Pero no se da por vencido y arremete, siempre están los destinos exóticos, siempre está la propuesta de Asia, sudamérica o incluso algún destino local, supongo que es mejor hacer el piloto en algún pueblito mágico con la seguridad de que podemos regresar en buses separados, para no tener que pasar tiempo incómodo en un avión en caso de que no llegase a funcionar.  

Y entonces le explicó que ya una vez estuve en Europa y que me bastaron dos ciudades para creer que tengo un vistazo general, y que soy feliz con el río de mi pueblo o incluso con los pies metidos en un balde de agua tibia, y me mira con horror las piernas sin depilar, quizá imagina la selva que hay en mi área del biquini y la desagradable idea de un cuerpo peludo en un traje de baño femenino le asalta, supongo que ahí choca el ideal del joven esbelto y viajero con el de la mujer que lee tercermundista.

He dicho la mujer que lee intencionalmente, por aquello de que todos correspondemos a un ideal de la época, y entonces ¿Estar enamorada del ideal de la época a mí que me hace? Un cliché espacio temporal, otro estereotipo con patas que deambula, un poco menos andante pero pululante, cuya procesión se limita a las librerías, "una mujer que lee", aunque no he leído nada serio desde la universidad y mi consumo literario este revazado de tweets y los libros nuevos aún cerrados duerman a espera de ser leídos alguna vez, yo no acumuló fotos instagrameables, acumuló libros pendientes.

Tampoco creo que sea cierto eso de que "hay que temerle a la mujer que lee", porque leer no nos hace inteligentes, mira que me ha tomado años darme cuenta del patrón romántico del ratón de biblioteca con complejo de fea y el chico moreno que intenta blanquearse con un pasaporte para acudir a los pequeños centros mundiales a adquirir cultura; y prueba de la falta de inteligencia y buen criterio versa en qué me volvería a sentar a beber ese nefasto café de franquicia y la cerveza quemada de 2x1 solo para observar aquella mirada emocionada por conocer al mundo, tal vez porque a diferencia mía no sé conforma con solo saber.

los 30 y Luego los 31

Los 30 llegaron con una enseñanza enorme, aprender a convivir con el rechazo, se inauguraron así, pacíficos y resignados, en un pueblito alejado. He de añadir que cuando cumplí 27 pasé una muy mala época, mi plan de vida cambio y me vi enfrentando una difícil ruptura, tuve uno de los peores inviernos de mi vida, y luego con la primavera y los 28 años se esbozo la dulce resignación y el empezar a comprender que la gente no siempre te corresponde o no siempre va a corresponder como una quiere.

Me costó un par de años más concretar el aprendizaje. Resulta curioso como a pesar de mis lecturas existencialistas solo en la práctica aprendí que no hacer nada es hacer algo, que la no repuesta se encuentra plagada de significados, o dicho de otro modo, que el silencio es una forma de respuesta. Con lo anterior no quiero decir que me volví inmune al rechazo porque todavía duele y punza, sin embargo estoy tratando de ser más permisiva con mi manera de vivirlo y afrontarlo, y creo que para mis 31 me voy a empezar a obsequiar el dejar de asumir responsabilidades que no me corresponden, entre ellas la tarea de reinterpretar a las personas. 

Una de los reproches más frecuentes que suelo hacerme es tener 30 años, haber estudiado antropología y no diferenciar aún el dicho del hecho en la gente con la cual me relacionó eróticamente, responsabilizandome de no ver venir los truenes, las dobles intenciones de quienes "solo quieren ser amigos", o de aquellos que tejen ideales de amores libertarios de inicio pero a la hora de emprender la retirada se comportan de la manera más indigna. 

Hace poco una relación me provocó un cuadro se ansiedad y me sentí realmente patética por no poder controlarme, y creo que fue por el enorme peso que me auto impongo de adaptarme mientras dura, y de comportarme con madurez cuando termina, y estoy en eso de tratarme de quitar la culpa y la vergüenza de haber reaccionado como un ser humano que siente y no sólo piensa. 


sábado, 6 de noviembre de 2021

Recuerdo vago

Tener mucho bagaje teórico y cero reflexividad es algo así como escupir al cielo. Inicie mi adolescencia en una Telesecundaria que a la vieja usansa tenía las paredes de frases celebres y motivacionales y las que nadie prestaba atención porque no nos alcanzaba el receso de 16 minutos delimitado por la red Edusat. 

Recuerdo que al subir las escaleras, sobre una pintura entre amarilla y naranja con letras negras cursivas versaba un "No se puede subir la escalera del éxito con las manos en los bolsillos", y que siempre pensé que esa frase fue colacada ahí intensionalmente para recordarnos traer las manos fuera de los bolsillos en caso de caer para evitar rompernos el hocico, claro que entendía la metáfora pero me parecía mejor pensar en su utilidad inmediata. 

Y en alguna pared que me gustaba mucho había una frase que decía una cosa así como "lo importante no es lo que sabes sino los que sabes poner en práctica", me gustaba mucho frente a tanto adulto rugiendo la vida que habían aprendido en los libros, en la vida, sermoneadores de oficio sin ninguna intención de predicar con el ejemplo, porque les bastaba la voz y la autoridad, la autoridad de tener voz, la autoridad que da voz, en ese mismo orden que por ende nos colocaba cómo la voz desautorizada. 

Ahora ya con la mayoría de edad trato de no ser ese AdultO, así en mayúscula y con O, me da miedo ser ese que sabe mucho y no aplica nada, porque creo sinceramente que acumular conocimientos y libros como su materialización simbólica, títulos, grados y honoríficos para el cv es mera vanidad si aquello que se sabe no se pone al servicio de quién lo necesita, a manera de una ínfima retribución para aquella humanidad que nos lego todo.

domingo, 24 de octubre de 2021

Historia de un amor no correspondido

 Un día vas a conocer a alguien que verá todas tus maletas de foránea y tus libros desperdigados, dará la casualidad que es un hombre y que sabe trabajar la madera, entonces él hará una repisa para que descansen al fin las valijas, y sin preguntar a esa repisa le pondrá un entrepaño para que acomodes tus libros, entonces tú le llamarás carpintero y decidirás que quieres casarte con él, pero será muy tarde porque estará casado con la costurera, ya que a él también le excita la idea de estar con alguien de manos habilidosas.

Suelo obsequiar libros

Suelo obsequiar libros a la gente con la que me encariño, dar un libro como manera de demostrar afecto me parece bastante común, como con cualquier otro regalo hay que pensar de que talla le vendrá bien a la persona para que le quede justo el número de hojas, con el cambio climático y la deforestación nadie quiere desperdiciar material; hay que meditar sobre su sabor, hay a quienes le gustan dulces, ácidos, picantes o incluso insípidos; y si nos ponemos exquisitos podemos pensar también en las distintas texturas, y no me refiero a pastas duras o blandas, no ofendan su inteligencia de esta manera, sino a aquellas vaporosas como para un día melancólico, a los burbujeantes que cosquillean en la imaginación, a las texturas sedosas que  acarician o las filosas como mortajas que te dejan con el alma en vilo. 

Obsequiar un libro es una invitación a continuar la charla con un tema afín, hay distancias que sortean las literatura, el tiempo, la distancia y los rompimientos, sobre todo los rompimientos, hay un guiño egolatra en la acción de dar un libro o recomendarlo pensando en las características del comensal, elegir al espécimen adecuado no es tarea sencilla, y tomarse su tiempo para hacerlo susurra quedito un "guárdame en tu memoria". 

De manera general también se pueden crear estándares para tomar decisiones sencillas, de cuentos para quienes se quiere invitar a la lectura porque no le agrada, teoría social para las inteligencias que se desean halagar, incluso a partir del tipo de cine o series que ve una persona se puede elegir con facilidad, sin embargo aquello que funciona en las pantallas no es garantía en el papel, por lo que siempre es más recomendable iniciar una observación metódica y tradicional, dicha observación se puede amenizar con té o café, tal vez una cerveza o algo de vino, la bebida seleccionada ya comienza a darnos información.

Pensar en que clase de libro podría agradarle a tal o cuál transeúnte es un entretenido pasatiempo, pero tiene también sus frustraciones, por ejemplo que le regalas a un lector cuando el autor indicado ni siquiera te agrada y no le comprarías ni aunque dependiera de ello conservar la amistad, a Dios gracias la gente a veces tiende a retirarse antes de que se acuda a la librería y una se degrade por un simple acostón. 

viernes, 13 de agosto de 2021

en la crudez y la ebriedad

Hay gente que envejece mal, como los malos chistes (misóginos, racistas, clasistas, y demás), de eso me dí cuenta un buen día, en que desperté y después de mirar la cicatriz de tu espalda pensé: no quiero vivir en la crudez y la ebriedad hasta que la cirrosis nos separe, entonces me fui.

Me gustaría escribir cosas más halagueñas sobre ti... y sobre mí, porque al hacerlo escribo de un nosotros suspendido en el tiempo, pero lo cierto es que nunca estuvimos lo suficientemente sobrios como para hablar de trivialidades, que en la vida real lo son todo, como nuestro color favorito, el cotilleo de la oficina o quejarse de algún vecino, la cotidianidad siempre se mantuvo ajena y distante, en cambio sobraba tiempo para hablar de ideología, de magia, de religión, de mi mentado feminismo y tus postura antisemitas. Fuimos la sosa repetición de alguna canción de Arjona, otra historia más de Bukowski, un betseller para leer en el baño. 



domingo, 30 de mayo de 2021

Inventario de tazas

No hay objeto más bello y noble en el mundo que una taza, se dejan llenar y vaciar, llevan a nuestras bocas consuelo y anhelo, cuando te sientes desdichada te depositan besos cálidos que reconfortan el alma, son versátiles y pueden contener té, café, cereal, sopa y  algunas más audaces se dedican al contrabando de sensuales licores en lugares no permitidos; y aún más, muchas aún cuando ya están gastadas de tanto servir y su cuerpo no les permite albergar esos fluidos importantísimos para sobrellevar la vida cotidiana, extienden sus servicios y entonces se tornan macetas, portaplumas, ceniceros, parte de la vajilla improvisada de alguna pequeña niña, o que sé yo. 

Por eso hoy les hablaré de las tazas en mi vida:

1) La primera taza que compré al llegar a la universidad en julio del 2011, aún la conservo, es blanca con líneas horizontales rosas, azules y verdes.

2) La segunda taza que tuve fue un regalo de cumpleaños de una amiga muy querida, que fue mi roomie durante la universidad, era amarilla y se fue conmigo a mi primer empleo, justo ahora descansa en la alacena de mamá.

3 y 4) La tercera y cuarta tazas fueron recuerdos de el primer fin de semana que pude darme el lujo de costear al lado de un buen amor, una la compré en la Casa Azul y por su puesto que tiene la imagen de Frida Kahlo, esa en la que usa un rebozo color rosa mexicano y tiene mirada casi de beata; la otra taza más bien es un posillo de barro con un collar de flores azules que envuelven su cuello, comprada en la primera feria del champurrado y pan de muerto, en la misma localidad ilustre en la repica en que aún le llamábamos DF a la CDMX. 

5) Después hubo un presente navideño, que llegó lleno de chocolates de un coordinador muy educado y apuesto, que gustaba de compartir detalles con todas las personas de la oficina.

6) Hubo también un par de tazas hipsters, transparentes y con sus respectivos bigotes pintados, con detalles rojos y amarillos respectivamente, recuerdos de un amor sincero, esas tazas hubieron de irse cuando el romance acabo, y terminaron engrosando la alacena de una buena amiga que hizo el favor de llevarlas hacia su nidito de amor, ya que no tuve el corazón de hacerlas beber café de a una, en lugar de continuar con el ritual de tomar café de a dos. 

7) Hubo una taza también de alebrijes de algún pretendiente entusiasta, ideal para ser la medida de los hotcakes, y que fue perdida en alguna de mis múltiples mudanzas. 

8) La octava taza fue un regalo espontáneo de una compañera de trabajo, ahora amiga, fruto de compartir el gusto por la misma serie animada, pero que ante la existencia de la taza amarilla en la oficina se limito a ser portaplumas y que actualmente cumple la misma labor en mi actual escritorio.

9) Luego apareció la taza de un mapache que sopla un diente de león, regalo en una cena muy elegante, mesa puesta con velas y garçon, preludio de una relación laboral que aún me acompaña, pero ante todo recordatorio de amistades entrañables, y un apodo cariñoso que pende de por ahí del 2015. 

10) También apareció una taza de unicornio, de esas que imponen el lado desde el cuál se debe beber porque sino amenazan con darte una cornada, esa taza fue el consuelo a mi partida de una amiga de esas que terminan de algún modo siendo una hija putativa porque el destino, las estrellas y las edades así lo alinearon. 

11) También hubo una taza alta, blanca y con flores lilas, recuerdo de un trabajo de campo en la central de abastos de Huixcolotla en día de muertos, que compré a juego con una amiga, la suya era de flores naranjas, no sé si aún exista, lo que sí es que la amistad perdura aún con el tiempo y el espacio de por medio. 

12) y finalmente la taza de la vuelta a Puebla, en el retorno al nido, en la adultez (tal vez tardía), con el nuevo empleo, la de los 30 años, y la posibilidad de tomar café de mayor calidad y tés de sabores exóticos, la que reposa en mi pequeño cuartuchito de 3x3, en el escritorio del home office y qué me acompaña noble en la tranquilidad y la zozobra. 

He de añadir que algunas tazas se han perdido en el camino, pero que espero de todo corazón todas conforten y acompañen a quien con sus labios las acaria, dándoles alivio. 




jueves, 14 de enero de 2021

basura pandémica

 Tengo miedo, estoy asustada porque he de volver a salir al mundo real después de 342 días en casa, tendré que tomar un bus de nuevo y moverme, en pleno pico pandémico, la razón: trabajo, o tal vez salvoconducto, todos necesitamos nuestro espacio y comodidad, pero hay que tener cuidado cuando esa comodidad se vuelve cobardía o cuartada para ocultarse del mundo. 

Creo que es necesario volver, no porque Misantla no sea parte del mundo, es un mundo completo o parte del mundo según se le quiera ver, pero en este ejercicio de repensar el mundo y el hogar supongo que me hace falta ser más práctica y aprender a vivir como el caracol de la canción, como el caracol que carga su casa y se va🐌🎶 , he pensado mucho también al respecto de mi equipaje y la necesidad de aligerarlo, ante la imposibilidad de desasolvar emociones intentaré hacerlo al menos de manera física, y revisar los triques que acumulo para ver si mientras lo hago ocurre alguna epifanía pagana que me revele como aprender a extender mi piel para dar paso a más historias, si fuese mía algún tipo de cosmogonía vinculada al monte sin duda alguna sabría como extender todo aquello hacia la serranía, pero hasta en eso el presunto mestizaje nos dejo pochos, cortos de mente e imaginación,  sin saber que hacer con los sentires. 

Me iré en breve, y la mamá y yo nos preocupamos la una por la otra, yo porque no sé como hará para mantener el orden y ella porque no sabe como haré para comer con diligencia, yo porque sé le olvida sacar la basura a tiempo, ella porque volveré con tres tallas menos y los huesos marcados. He ido a comprarle galletas, mermelada, pan y café para los tentempiés de la madrugada, ella ha corrido a comprarme calcetines, vitaminas y suplementos alimenticios. 

Y miro con desdén la maleta símbolo del nomadismo, ironizó con la idea romantiquera de viajar, es que yo no quiero volar, yo quiero ser un árbol y si es demasiada mi pretensión quisiera ser un helecho, cualquier pequeño arbusto o matorral, últimamente me azuza la idea de echar raíces, dar sombra y resguardo, y cuando la vanidad me gana se me ocurre que también  pudiera ser muy feliz siendo  un grano de arena o una piedra en el fondo del mar.

Pero ahí esta la maleta, la lista con los pendientes por hacer, mis pocas ganas y la apatía, las ganas de dormir hasta que llegue el momento de moverme, la incapacidad de despedirme, aunque ya todos lo intuyen, quizá las compras del kit covid me han delatado (un par de cubrebocas desechables a pesar de mis remilgos ecológicos, una careta, alcohol, desinfectante en gel, un atomizador nuevo) o ha sido el desgano y las bromas inconexas que brotan de mi boca para entretener al tiempo. 

Hay que devolver los libros a la biblioteca, ordenar mi documentación importante, terminar el trabajo de campo de la consultoría, mirar los vestidos y seleccionar los apropiados para mis casi 30, y otra vez la vida a la maleta. Menos mal que la falta de entusiasmo ha sido algo de mi juventud tardía, de ser una constante  hubiese sido impensable la universidad y seguro estaría lamentando la cobardía. 

A lo mejor es que en el itinerario de viaje me hace falta contemplar una visita al mago de oz para pedirle alas de ramaje, follaje de plumas o menos creatividad para pretextar obstáculos nimios. 

jueves, 7 de enero de 2021

pensamientos post reyes magos


Los recuerdos más bonitos de reyes magos que tengo no están vinculados con los juguetes sino con mi hermano mayor despertándome, creo que tenía como cuatro años, y sentía el movimiento de la cama, alguien me tocaba un pie y escuchaba mi nombre pronunciado repetidas veces con insistencia, prisa y emoción, aún estaba oscuro, el papá insistía en que mi hermano volviera a la cama pero una vez despiertos los dos y multiplicada la protesta para mirar los juguetes no quedaba más que encender la luz.

Tiempo después me enteré de que hubo unos reyes en que el hermano se despertó primero y se agenció algunos de mis juguetes, por lo que se le condicionó para que miráramos los juguetes juntos, cómo se enteraron los papás de esta pequeña deshonestidad, por la carta de los reyes, ya que a nosotros nos dejaban una carta en respuesta con la lista de los juguetes que correspondían a cada quien y sus distinguidos saludos, la verdad es que de estás cartas no me acuerdo mucho tal vez porque la emoción que causaba en mi hermano lo eclipsaba todo. 

Los papás  entre nuestros juguetes siempre agregaban juegos que pudiéramos realizar en familia, juegos de mesa, balones o pelotas para compartir, por lo que para mí nunca fue importante la distribución o titularidad de los juguetes, sabía que los carritos de mi hermano eran los vehículos de mis peluches y que mis muñecas y sus figuras de acción serían cómplices de distintas aventuras o escenarios que la imaginación más prolija de mi hermano ideaba para que jugáramos. 
Desde pequeña al ser la segunda hija crecí con la costumbre de compartir, y la mamá que siempre me contaba historias de una infancia con privaciones termino por curtirme el corazón para darle mayor peso a las sonrisas a partir de juegos grupales que ha a tener el juguete de novedad. 

Recuerdo que cuando tenía cinco o seis años nos mudamos a la que fue mi casa hasta que fui mayor de edad, ahí tenía unas vecinas que como eran testigos de Jehová no recibían regalos de reyes magos, en esa ocasión los reyes me trajeron una decena de barbies originales y yo sin saber que hacer con tanta barbie y con las enseñanzas de la mamá lo único que se me ocurrió fue tomar todas las muñecas para ir a jugar y repartirlas, grande fue la sorpresa de mi mamá cuando me vio regresar solo con dos, cuando me interrogó al respecto del paradero de las demás muñecas y le explique la situación no le quedo de otra más que aceptar que las había regalado. 

Creo que los reyes para mí siempre implicaron la emoción de los demás a partir de los juguetes, por lo que los juguetes pasaban a segundo plano al ser solo un medio; y ahora que el hermano mayor tiene una hija la emoción volvió remasterizada, escucho con  fascinación la meticulosidad con la que elige juguetes pensando en los gustos de la sobrina, miro como juega a la comidita con ella, a la doctora, se deja maquillar y sobre todo que realiza compras pensando en los juegos que pueden relizar juntos. Ha sido lindo crecer y poder mirar hacia atrás como cuidaron los papás de nuestra fantasía y ahora ver al hermano mayor proyectando toda esa emotividad al servicio y cuidado de otro ser.