lunes, 15 de noviembre de 2021

enamorada del ideal del siglo

Estoy enamorada del ideal del siglo y me di cuenta hace pocos días, después de tres o cuatro amantes consecutivos y su eterna cháchara, sobre lo mucho que trabajan para vestirse bien, para viajar y que nos lleguen notificaciones por las distintas redes sociales sobre lo bien que la pasan y lo mucho que conocen.

Estoy enamorada del ideal del siglo y lo comprendí después del segundo café, y escuchar el parloteo sobre la proteína en malteada, la pechuga de pollo asada y las rutinas fitness. 

Estoy enamorada del ideal del siglo, el prototipo de hombre mestizo que busca cumplir con los "estándares blancos", del chico aventurero millenial que trabaja incansablemente para costearse un par de días de vacaciones al año en algún destino instagrameable, aunque yo no tengo instagram y me interesa más escuchar su relato que mirar esas fotos que tras montones de filtros anulan su piel morena. 

Escucho atenta por n vez el relato del hostal de la pareja que no dejaba dormir, la tertulia bohemia, la guapísimas mujeres extranjeras, y muestro interés a la procesión de destinos convencionales, donde religiosamente no pueden faltar Barcelona, Madrid, París, Roma y Venecia, relato cuyas únicas variables son el rostro y el tono de voz; mientras tanto le miro el semblante cansado y decido pagar la mitad de la cuenta, porque me enternecen sus ganas de conocer el mundo y su entusiasmo, me solidarizó silenciosa con los ahorros para el siguiente destino. 

Luego en la siguiente cita y después de un par de tragos viene la propuesta de viajar juntos, y yo trato de excusarme con cortesía argumentando que no soy esa clase de persona, que viajar no me interesan y que si hiciera falta trepar de un risco o tirarse por una de las cascadas de la huasteca potosina no cumpliría con la intrépidez, me mira extrañado porque le pareció que se asomó un brillo en mis ojos cuando contó la travesía reglamentaria por el viejo continente, sin entender que lo que me conmovió fue el entusiasmo de sus palabras. 

Pero no se da por vencido y arremete, siempre están los destinos exóticos, siempre está la propuesta de Asia, sudamérica o incluso algún destino local, supongo que es mejor hacer el piloto en algún pueblito mágico con la seguridad de que podemos regresar en buses separados, para no tener que pasar tiempo incómodo en un avión en caso de que no llegase a funcionar.  

Y entonces le explicó que ya una vez estuve en Europa y que me bastaron dos ciudades para creer que tengo un vistazo general, y que soy feliz con el río de mi pueblo o incluso con los pies metidos en un balde de agua tibia, y me mira con horror las piernas sin depilar, quizá imagina la selva que hay en mi área del biquini y la desagradable idea de un cuerpo peludo en un traje de baño femenino le asalta, supongo que ahí choca el ideal del joven esbelto y viajero con el de la mujer que lee tercermundista.

He dicho la mujer que lee intencionalmente, por aquello de que todos correspondemos a un ideal de la época, y entonces ¿Estar enamorada del ideal de la época a mí que me hace? Un cliché espacio temporal, otro estereotipo con patas que deambula, un poco menos andante pero pululante, cuya procesión se limita a las librerías, "una mujer que lee", aunque no he leído nada serio desde la universidad y mi consumo literario este revazado de tweets y los libros nuevos aún cerrados duerman a espera de ser leídos alguna vez, yo no acumuló fotos instagrameables, acumuló libros pendientes.

Tampoco creo que sea cierto eso de que "hay que temerle a la mujer que lee", porque leer no nos hace inteligentes, mira que me ha tomado años darme cuenta del patrón romántico del ratón de biblioteca con complejo de fea y el chico moreno que intenta blanquearse con un pasaporte para acudir a los pequeños centros mundiales a adquirir cultura; y prueba de la falta de inteligencia y buen criterio versa en qué me volvería a sentar a beber ese nefasto café de franquicia y la cerveza quemada de 2x1 solo para observar aquella mirada emocionada por conocer al mundo, tal vez porque a diferencia mía no sé conforma con solo saber.

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