domingo, 2 de septiembre de 2018

Karina en mi memoria

Ahora una historia de la infancia:
Cuando yo iba en la primaria, había un profesor que solía regañar mucho a una compañera del salón, hija de mamá soltera, no se le daban mucho los estudios, gorda, que además vivía el constante señalamiento de un montón de niños estúpidos de seis años gordofóbicos .
El profesor que era un señor que media casi dos metros, solía golpear con el metro en el escritorio para hacer valer su autoridad, su voz grave y estatura nos imponían bastante. Yo le conocía desde que tenía tres años porque era amigo de la familia y me contrariaba mucho la distinción en el trato, mientras a mí me daba dulces y elogiaba a mis papás, con el abuelo de Karina sólo había quejas, alguna vez llegue a escuchar el arcaico permiso para que le pegaran.
Tenía otra compañera que era hija también de mamá soltera, hago esa distinción porque por allí del 97 que yo iba iniciando la primaria en el pueblo era algo que causaba notoriedad, sin embargo mi otra compañera era blanca de ojos de verdes y aunque también se le dificultaban los estudios nunca recibió coscorrones, ni reglazos en la espalda, ni jalones de orejas, ni señalamientos humillantes frente a todo el grupo.
A Karina la sentaban primera en la fila porque era la cinco en la lista de asistencia, justo frente al escritorio, yo me sentaba detrás porque era la número siete, por lo que mi angulo de visión siempre fue cercano, y no pasaba inadvertido el hecho del mal trato que recibía de manera particular, nosotras fuimos compañeras desde el kinder, en ese entonces ya era a todas voces sabido que su abuelo le pegaba en casa y además ahora en la transición del jardín de niños a la primaria la violencia había invadido otro ámbito de su vida, el escolar.
Recuerdo verla sentada en la silla de paleta color verde agua, llorando ante una serie numérica incompleta, mientras el docente la regañaba con frases que aludían a su situación familiar, lo mal agradecida que era y que seguro no había terminado la tarea porque la tarde se le iba en puro jugar, como acotación diré que la primaria a la que asistimos era vespertina.
Ese día cuando llegue a casa le pedí a mi mamá que hablara con el profesor, más tarde ella me encomendó la importante tarea de abordar el asunto directamente yo misma, con la acotación de que sino lo lograba ella intervendría, así que a la hora del recreo del siguiente día me arme de valor para quedarme en el salón y tratar la problemática, las manos me sudaban, las piernas me temblaban pero lo hice.
Francamente no recuerdo la charla, ni de que manera funciono, pero al menos espero que los comentarios de una niña de seis años que observaba el trato desigual que había en el salón le dieran vergüenza, a Karina la cambiaron el próximo ciclo escolar al otro turno, la verdad me dio gusto por ella porque volvimos a repetir con el mismo opresor.
De esa experiencia aprendí bastante, a expresar mi opinión y punto de vista sin agachar la cabeza y mirando a los ojos a la persona con la que me encuentro en desacuerdo, sin importar que la posición jerárquica, física, etaria, genérica o contextual fuera superior a la mía; gracias a mi madre comprendí que mi voz de niña era igual de válida que la de cualquier otra persona y lo más importante, aprendí a expresar mis inconformidades de frente, no conformarme con hacer murmuraciones cuando es preciso alzar la voz.




No hay comentarios:

Publicar un comentario