Salí de mi casa por vez primera en el verano del 2009, con una maleta a cada lado y muchas ganas de jamás volver.
Recién cumplidos los 18 años sucumbí al llamado del conocimiento académico, las universidades foráneas me sedujeron cual sirena en pleno naufragio, desde entonces han pasado 10 años.
Me fui de casa con el trazo firme de una sonrisa, que con el pasó del tiempo y a fuerza del uso forzado se ha ido suavizando.
La primera despedida fue sencilla, amortiguada por un colchón de expectativas y esperanzas varias, durante un par de años reinaron las despedidas vanas, sin embargo a medida que pasaba el tiempo el peso de la distancia comenzaba a saltar los resortes del endeble colchón de la esperanzas, que al recibir mi cuerpo comenzaba a emitir la onomatopeya "¡des!".
He me aquí justo ahora a una década de distancia devuelta en la órbita materna repensando la manera de devenir planeta y dejar de ser estrella fugaz.
y he me aquí tratando de desafiar al buen Newton para encontrar la manera de aumentar sólo una milésimas ese 9.807 m/s² que nos ancla a la tierra, y así tratar de dirimir alguna teoría charlatana sobre el arraigo, una nunca sabe, quizá pueda tener la suficiente suerte para no acabar aplastada ante la gravedad del fracaso y con un poco de tino alquímico tal vez hasta logré que mis píes se tornen raíces.
sábado, 27 de julio de 2019
domingo, 21 de julio de 2019
Las alhajas de mi tía
En la familia los aretes siempre fueron importantes, además de la manera ideal de halagar la belleza femenina, esas delicadas piezas de orfebrería han jugado un importante papel en una tradición donde las mujeres no heredamos más que nuestros vestidos y alhajas.
Lo descubrí un buen día, en que atrincheradas en la cocina entre cacerolas, confidencias, vapores aroma café y canela se comentaba de las estrecheces familiares, fue entonces cuando pasado el dramatismo de la confesión una tía se despojo de sus aretes.
Estaban allí sobre la mesa las dos piezas elegantemente esculpidas que asemejaban un par de lirios, la tía era una santa, se había despojado de un tirón de todo cuanto poseía para después pasar por tonta y olvidadiza a los ojos de su marido.
Y la misión apenas iniciaba, a partir de este gesto la red de ayuda femenina se activo y todas eramos parte del complot, desde la que fingía darse cuenta de la desnudez lobular con asombro, la que iba con discreción a la casa de empeño, hasta las más pequeñas que simulábamos buscar las piezas por si de casualidad estaban abajo de un algún mueble.
A veces creo que los varones también jugaban parte de la artimaña cuando con cariño y resignación sugerían a alguna de sus hermanas ser más cuidadosas, dicha acción ponía en tela de juicio la titularidad de las joyas familiares más no su kilataje datado en generaciones de mujeres bienintencionadas.
lunes, 8 de julio de 2019
deshabitada
Me daba
y me entregaba
sin esperar nada
generosa me obsequiaba
gustosa de quedar vaciada
solicita de la reciprocidad negada
necesitada de estar deshabitada
La Nela
Si tu me mirarás
moriría como la Nela,
la pobrecita Marianela
apocada,
a minorada,
ninguneada,
incinerada por una mirada
ávida de belleza,
una mira que con destreza
ignoraría mi naturaleza,
y yo moriría de tristeza
diluida en la sutileza
de quien busca en lo feo nobleza.
domingo, 7 de julio de 2019
La Feminazi y el Jabón
Lo vi por primera vez en una tienda orgánica, lo encontré entre suaves aromas, estaba allí artesanal, hipoalergénico, eco friendly, no dude en llevarlo a casa, le asigné un lugar especial entre el gel corporal y el shampoo, hace mucho que no usaba jabón en barra pero estaba dispuesta a volverlo a intentar, la textura y el aroma prometían una gran experiencia.
Por la noche llego la hora de la ducha y acudí a él, me desnude y corrí el cancel, mi cuerpo comenzó a humedecerse bajo la regadera, había llegado la hora de dejarnos de coqueteos y desempaquetarlo para mirarle también despojado de etiquetas, ¡hola feminazi! bufo para ocultar su timidez, me hubiera desconcertado de no estar acostumbrada al mote, recordé que justo por ello había cambiado la rigidez del jabón en barra por la sutileza de su versión en gel, menos aspereza más gentiliza.
Le sonreí con ironía y comenzó la espumosa faena. He de confesar que tuve que ceder un poco para propiciar la tregua y que comenzará a abandonarse al compás de la regadera, después de unos minutos acaricio mi cuerpo dejan como huella el rastro de su perfume.
El baño se volvió toda una ceremonia, la misma hora, el mismo lugar, el mismo saludo sardónico, discutir, ceder, terminar envueltos en la densa niebla aprisionada por el cancel, para de allí retirarme azorada a la habitación, mi guarida de estrategias fallidas, el vientre de explicaciones afectuosas, libro de cavilaciones hechiceriles y embrujos afectivos.
Pasadas un par de semanas comencé a notarle menos combativo pero también más delgaducho, las efusivas discusiones habían dado paso a largos periodos de silencios, duchas más apacibles entre la bruma del agua tibia, ir perdiendo la contienda racional a fuerza de ejemplos sencillos le comenzaba a romper el espíritu, cada vez era más perceptible como languidecía entre mis manos.
La última semana comencé a correr el cancel con temor de no encontrarle por ningún sitio. Hubiera bastado con espaciar el bañarme un par de días para alargar lo nuestro, pero no quería que se me notará lo cobarde, no deje de acudir a nuestras citas, cómo quien religiosamente va al templo a espera de algún milagro, sin embargo el milagro jamás se presentó, se imaginan lo hilarante un milagro para la feminazi, ¿Qué seguiría después, llovería vino de nubes menstruantes?
La última semana llegó y lloré quedito, casi imperceptible, bajo la llovizna cómplice que ofrece la ducha, ante la inminencia de los días contados. Las duchas continuaban cadentes, casi armoniosas, el agua me surcaba el rostro mientras a él le erosionaba los prejuicios, día a día al final de la contienda iban a dar a la cloaca partes de lo que una vez fue, paradigmas vencidos.
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