domingo, 21 de julio de 2019
Las alhajas de mi tía
En la familia los aretes siempre fueron importantes, además de la manera ideal de halagar la belleza femenina, esas delicadas piezas de orfebrería han jugado un importante papel en una tradición donde las mujeres no heredamos más que nuestros vestidos y alhajas.
Lo descubrí un buen día, en que atrincheradas en la cocina entre cacerolas, confidencias, vapores aroma café y canela se comentaba de las estrecheces familiares, fue entonces cuando pasado el dramatismo de la confesión una tía se despojo de sus aretes.
Estaban allí sobre la mesa las dos piezas elegantemente esculpidas que asemejaban un par de lirios, la tía era una santa, se había despojado de un tirón de todo cuanto poseía para después pasar por tonta y olvidadiza a los ojos de su marido.
Y la misión apenas iniciaba, a partir de este gesto la red de ayuda femenina se activo y todas eramos parte del complot, desde la que fingía darse cuenta de la desnudez lobular con asombro, la que iba con discreción a la casa de empeño, hasta las más pequeñas que simulábamos buscar las piezas por si de casualidad estaban abajo de un algún mueble.
A veces creo que los varones también jugaban parte de la artimaña cuando con cariño y resignación sugerían a alguna de sus hermanas ser más cuidadosas, dicha acción ponía en tela de juicio la titularidad de las joyas familiares más no su kilataje datado en generaciones de mujeres bienintencionadas.
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