Salí de mi casa por vez primera en el verano del 2009, con una maleta a cada lado y muchas ganas de jamás volver.
Recién cumplidos los 18 años sucumbí al llamado del conocimiento académico, las universidades foráneas me sedujeron cual sirena en pleno naufragio, desde entonces han pasado 10 años.
Me fui de casa con el trazo firme de una sonrisa, que con el pasó del tiempo y a fuerza del uso forzado se ha ido suavizando.
La primera despedida fue sencilla, amortiguada por un colchón de expectativas y esperanzas varias, durante un par de años reinaron las despedidas vanas, sin embargo a medida que pasaba el tiempo el peso de la distancia comenzaba a saltar los resortes del endeble colchón de la esperanzas, que al recibir mi cuerpo comenzaba a emitir la onomatopeya "¡des!".
He me aquí justo ahora a una década de distancia devuelta en la órbita materna repensando la manera de devenir planeta y dejar de ser estrella fugaz.
y he me aquí tratando de desafiar al buen Newton para encontrar la manera de aumentar sólo una milésimas ese 9.807 m/s² que nos ancla a la tierra, y así tratar de dirimir alguna teoría charlatana sobre el arraigo, una nunca sabe, quizá pueda tener la suficiente suerte para no acabar aplastada ante la gravedad del fracaso y con un poco de tino alquímico tal vez hasta logré que mis píes se tornen raíces.
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