Lo vi por primera vez en una tienda orgánica, lo encontré entre suaves aromas, estaba allí artesanal, hipoalergénico, eco friendly, no dude en llevarlo a casa, le asigné un lugar especial entre el gel corporal y el shampoo, hace mucho que no usaba jabón en barra pero estaba dispuesta a volverlo a intentar, la textura y el aroma prometían una gran experiencia.
Por la noche llego la hora de la ducha y acudí a él, me desnude y corrí el cancel, mi cuerpo comenzó a humedecerse bajo la regadera, había llegado la hora de dejarnos de coqueteos y desempaquetarlo para mirarle también despojado de etiquetas, ¡hola feminazi! bufo para ocultar su timidez, me hubiera desconcertado de no estar acostumbrada al mote, recordé que justo por ello había cambiado la rigidez del jabón en barra por la sutileza de su versión en gel, menos aspereza más gentiliza.
Le sonreí con ironía y comenzó la espumosa faena. He de confesar que tuve que ceder un poco para propiciar la tregua y que comenzará a abandonarse al compás de la regadera, después de unos minutos acaricio mi cuerpo dejan como huella el rastro de su perfume.
El baño se volvió toda una ceremonia, la misma hora, el mismo lugar, el mismo saludo sardónico, discutir, ceder, terminar envueltos en la densa niebla aprisionada por el cancel, para de allí retirarme azorada a la habitación, mi guarida de estrategias fallidas, el vientre de explicaciones afectuosas, libro de cavilaciones hechiceriles y embrujos afectivos.
Pasadas un par de semanas comencé a notarle menos combativo pero también más delgaducho, las efusivas discusiones habían dado paso a largos periodos de silencios, duchas más apacibles entre la bruma del agua tibia, ir perdiendo la contienda racional a fuerza de ejemplos sencillos le comenzaba a romper el espíritu, cada vez era más perceptible como languidecía entre mis manos.
La última semana comencé a correr el cancel con temor de no encontrarle por ningún sitio. Hubiera bastado con espaciar el bañarme un par de días para alargar lo nuestro, pero no quería que se me notará lo cobarde, no deje de acudir a nuestras citas, cómo quien religiosamente va al templo a espera de algún milagro, sin embargo el milagro jamás se presentó, se imaginan lo hilarante un milagro para la feminazi, ¿Qué seguiría después, llovería vino de nubes menstruantes?
La última semana llegó y lloré quedito, casi imperceptible, bajo la llovizna cómplice que ofrece la ducha, ante la inminencia de los días contados. Las duchas continuaban cadentes, casi armoniosas, el agua me surcaba el rostro mientras a él le erosionaba los prejuicios, día a día al final de la contienda iban a dar a la cloaca partes de lo que una vez fue, paradigmas vencidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario