Los rayitos de luna se cuelan por la cortina, son como la luz que proyecta un espejo, ¿cómo lo sé? un novio que tuve solía avisarme de su llegada apuntandome con uno para así desviar mi atención del libro en cuestión. Y allí esta la luna, la representación ancestral de la madre, la feminidad nocturna. Despierto al estimulo visual que inmediatamente es precedido por una punzada en la oreja derecha, algo debo estar haciendo mal para que el arete de la abuela me pellizque la oreja tan enfáticamente.
¿Por qué duermo con los aretes puestos? jamás me los quito, nunca nadie me dijo que debía quitarlos y ahora sin aretes me siento desnuda, incluso me ducho con ellos, me atrevo a decir sin temor a equivocarme que me han visto más veces sin ropa que sin aretes. Sólo me desatoro los aretes cuando realmente estoy agotada y quiero dormir desprovista de todo, despojada cuál Eva del Edén, así que si alguien afirma haberme visto desnuda, seguro que miente, ya que sólo me habrá visto desvestida.
Los aretes de la abuela son la clásica representación de la luna y el sol, suelo usar el sol hacia adentro, o de los contrario sus rayos se atoran en la almohada y terminan por darme jalones de oreja o de cabello innecesarios, esos no son obra del fantasma de la abuela que me visita invocada por su uso, sino que es consecuencia de la falta de sentido común al colocarmelos en el relevo de aretes.
Esos aretes son el regalo adelantado de xv años que la abuela le encomendó a mi madre poco antes de morir, para esto es necesario decir que la abuela murió cuando tenía 13 años, la mamá me adelanto el regalo porque un día por accidente los había tirado a la basura, ya que los conservaba envueltitos en una servilleta, ese día tras revolver las bolsas de la basura y enjuagarlos en alcohol me los entrego, no sin antes hacerme prometer que no le iba a decir a ninguna de las primas, ni las tías sobre este regalo prematuro para no levantar malestares entre la familia.
Desde entonces siento que estos aretes son una especie de conexión entre la abuela que anda en algún otro plano y yo. Al margen de esta explicación es preciso abundar que precisamente el día en que cumplí quince años, un martes de educación física, ya cuando iba de vuelta a casa me di cuenta de la ausencia del arete en mi oreja, regrese a buscarlo por el salón, las canchas, los baños y entre el uniforme sin tener éxito. Me sentí desconsolada porque justo el día en que debía recibir el regalo al parecer lo había perdido, pero la congoja termino cuando al fin cansada de tanto buscar decidí entrar a la ducha para lavarme la decepción y encontrarme al comenzar a desnudarme al arete prendido de mi corpiño. La mamá y yo que somos medio esotéricas, interpretamos este hecho cómo un saludo de la abuelita, que justo había vuelto a manifestarse con motivo de la fecha que ella no quiso pasar por alto aún sabiendo que no estaría en vida con nosotras para celebrar.
Levi Strauss notable antropólogo belga habla de la eficacia simbólica, para denotar como nosotros dotamos de sentido hechos y objetos a los que atribuimos cualidades mágicas, y que al dotarlos de sentido e interpretación, estos se vuelven actos significativos dentro de un comportamiento ritualizado, de tal manera que cada vez que los aretes -objeto mágico- son cuidadosamente colocados, con los rayos del sol apuntando hacia mí y no al contrario -acto ritualizado-, me da un jalón de orejas al atorarse con la almohada, yo pienso en la abuela cómo una entidad mágica benigna que me acompaña -eficacia simbólica-.
La última vez que vi a la sobrina en sus orejitas me encontré con un par de pequeñas dormilonas en forma de sol y luna, y no pude más que sentirme enternecida al pensar que la abuela dónde quiera que esté también abraza a su pequeña bisnieta.
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