Para noches frías recuerdos cálidos...
Recuerdo que hace tres años, acaba de mudarme a Cholula, intentaba vivir una aventura romántica, de esas que se piensan durarán toda la vida, en mi cometido arrastré a aquel que me acompaño por cerca de dos años, dos años y un plan de vida, es un récord para mí que rara vez miro con seriedad cualquier cosa de la vida.
Dos años y un plan de vida, es más allá de lo que vislumbro hoy, la dopamina que me desbordada me llevo jugármela por un ideal romántico y embaucar a mi socio de juegos en una apuesta arriesgada.
Esa temporada de ocio en mi vida, se vio beneficiada por el adeudo de mi última materia escolar, lo que me aseguro la manutención de ese periodo, con el dulce beneficio del excesivo tiempo libre.
Viví en un fraccionamiento aledaño, lejos de la dinámica universitaria, era la unidad más desfavorecida, rodeada de conjuntos habitacionales amurallados y desplantes exhibicionistas de seguridad; y a su vez coincidia con la dinámica de un pueblo urbanizado, volver a conocer el nombre de la señora de la tiendita, ubicar el lugar dónde el queso era más fresco, la hora en que sacaban el pan.
Poner a hervir el café con canela, beberlo y degustar el sabor a hogar.
Aunque llegamos en un otoño frío que prometía temperaturas aún menos propicias para el desarrollo de la vida en la intemperie, no recuerdo haber tenido frío para cuando llego el invierno.
Evocar esa temporada en mi mente es acariciar una espalda morena, bien formada y regularmente desnuda, que solía levantarse por las noches para poner a mi alcance vasos con agua, tazas de té o solventar cualquier otra necesidad física o afectiva.
Ese invierno fue la estación que menos provista de ropa me encontré y más cálida me sentí, fue un invierno sudoroso, cómodo, húmedo y gentil. De las temporadas más bochornosas de mi vida, amantes descuidados, cortinas abiertas, risas explosivas e indiscretas tanto como los retratos de desnudes que seguramente obsequiamos a uno que otro mirón.
En ese invierno tan frío quizá desgaste parte de los recursos combustibles que nos hubieran permitido extender la travesía y sin embargo fue la mejor inversión energética destinada al banco de los recuerdos del porvenir, del cual este breve texto es un pequeño cheque simbólico para aquel a quién nunca le dedique ni una línea, ni un poema, pero con quien todo lo sude en su momento.
En fin, que me es imposible enunciar a quien ha sido especial para mí sin esbozar una sonrisa, derramar bellas palabras y articular oraciones que denoten gratitud.
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