Hace poco pensaba en las manías que uno va agarrando con la edad, cuan parecidas llegan a ser a algunas de nuestros padres, yo suelo decir que mientras envejezco más me parezco a mi papá, pero esta es una verdad a medias, porque entre las manías que tengo me descubrí saliendo a trotar cada que me siento agobiada, enfilándome a la cocina a hacer atole o café con leche cada que apenas se asoma el frío, y la lista acabó ahí, porque después me puse a pensar en el café con leche, y como mi padre nunca, ni por error, tomaba su café con leche.
En algún momento de mi adolescencia hacer una taza de café para mi papá se volvió un ritual después de las comidas, tomaba un pocillo eeeeeenorme de plástico rojo, le daba tres minutos al microondas y le ponía dos cucharadas soperas de café y media de azúcar morena. Nada gourmet, ni cuasi anglicismos que ofenden al café tildandole de americano, yo servía un café de microondas negro, sin más.
Al principio pensaba que hacer un café demasiado cargado era una manera de desquitarme, y que en algún momento me iba a librar de esa tarea (que ahora extraño bastante). Era yo una ilusa.
El papá tomaba café negro por dos cosas, la 1era tiene que ver con que el bisabuelo sembraba café por lo que toda su familia desde temprana edad consumía café, y la 2da fue porque creció en una familia numerosa, la abuela tuvo 10 hijos y tomar leche sin tener vaca era un lujo que no podían darse, de manera tal que los niños pasaban de la leche materna, de un periodo de lactancia prolongado, a los pocillos de café.
(Voy a hacer un parentecis para apreciar la palabra posillo, que viene de pozo, el lugar donde se extra agua, en Veracruz es común que las casas cuenten con un pozo en el patio, son algo verdaderamente mágico, los pozos son lugares de abastecimiento de agua pero también son un portal de apariciones de seres místicos, duentes, chaneques, espíritus y hasta la llorona, por lo que llamar posillo al objeto en el que bebés líquidos resulta, además coherente, algo cargado de sentido)
Mientras que del lado materno, la bisabuela levanto a tres niñas huérfanas, nomás de vender ropa, una venta de ropa itinerante, ella iba de pueblo en pueblo y de rancho en rancho ofreciendo su mercancía, mercancía que en no pocas ocasiones truequeaba, por lo que era común que la bisabuela obtuviera leche, queso, huevos, gallinas, frutas y vegetales a cambio, motivo por el cual la dieta de la mamá fue más variada y balanceada.
Claro que con una dieta más nutritiva y siempre informada sobre los detalles nutricionales de lo que ingeríamos se escandalizaba cuando veía que la mamá de mi papá, o sea nuestra tierna abuelita paterna, nos ofrecía café desde que teníamos cuatro años, claro que decir ofrecer es una sutileza, más bien colocaba frente a nuestros rostros infantiles humeantes posillos con café, y en su debate entre desairar a su suegra y no darle cafeína a sus hijos, terminaba mediando su conciencia y nuestras tazas agregando un chorrito de leche.
Algo que he de señalar en el consumo del café en la familia, es que todos coincidimos en qué el café sabe mejor con canela, con o sin leche, los recuerdos de los días fríos de infancia tienen notas de café y canela hirviendo en una olla de peltre, me gustaría decirles que de la abuela materna heredamos un gusto cafetero exquisito pero sería mentir, ya que de esos días de frío y lluvia, en aquel lugar seguro llamado mis recuerdos infantiles, mi hermano mayor y yo nos alternabamos a regañadientes para ir a traer sobrecitos de café legal.