Una vez escuche en una película que "aceptamos el amor que creemos merecer", lo que me lleva a las múltiples formas de autocastigo con relaciones efímeras y la obsesión de encontrar a personas emocionalmente no disponibles, ¿Cuánto tiempo necesita una para olvidar a la persona con quién pensaba compartir la vida?... Yo en septiembre cumplo 6 años, pensando y reproduciendo en mi vida erótico afectiva una penitencia horrible por la creencia de haber fallado, a veces pienso que no le debo soledad a nadie, pero no atino a repetirlo a en voz alta y menos ha alcanzado a resbalar en mi corazón.
¡Cuánta culpa conlleva aprender el rosto de la persona amada!, Diferenciar el curvado de los ojos cuando hay tristeza, las arrugas cuando se sonríe con vehemencia, cómo una parte tan pequeña del cuerpo humano puede albergar tanto, esas pequeñitas rendijas por las que se filtra toda el alma, y que doloroso es mantenerle el frente a alguien para confesar que no quieres arruinarle la vida con una mala decisión, leer gritos mudos en unos ojos cuya boca no acompaña sonido alguno, ese grito agudo que no revienta los oídos pero si el corazón... Desde entonces procuro no ver a los ojos a nadie que me guste, no quiero volver aprender a leer la mirada de nadie, prefiero rehuirle a esa mirada que esclaviza, que comunica, que duele, hiere, punza, reconforta y trasmite.
La autodestrucción y la negación encuentran armonía en una cabeza que no encuentra sosiego, y que ha decidido plagar las interacciones nuevas de experiencias pasadas, que sólo encuentra posibilidades en quienes la han rechazado, porque se desprecia a sí misma... el autodesprecio como una forma de existir, del no ser en un pasado que se ancla a la carne.
No le debo soltería a nadie me repito en el pensamiento... y un buen día descubro que como mandato de género la culpa sólo se encarna en mi cuerpo, una estructura modelada femenina y feminizada, piel y huesos para el disfrute y la lealtad ajena; a la par descubro a la otra persona viviendo "el sueño" con distinta actriz, paradójicamente ello me reconforta, porque se apega al guion de abnegación y me preguntó si al fin podré ser libre, pero en el oído persiste la punzada que me recuerda que no merezco nada, ni el piso endeble que me sostiene, ni el afecto que me prodiga mi familia, ni el reconocimiento que escasamente me he ganado, que así me devane los ojos, me pulverice las pestañas y se quemen mi neuronas buscando en libros, textos y análisis de la realidad jamás descifraré la receta para estar en paz y feliz.
Mucha poesía y poca poética, eso soy.