Tengo miedo, estoy asustada porque he de volver a salir al mundo real después de 342 días en casa, tendré que tomar un bus de nuevo y moverme, en pleno pico pandémico, la razón: trabajo, o tal vez salvoconducto, todos necesitamos nuestro espacio y comodidad, pero hay que tener cuidado cuando esa comodidad se vuelve cobardía o cuartada para ocultarse del mundo.
Creo que es necesario volver, no porque Misantla no sea parte del mundo, es un mundo completo o parte del mundo según se le quiera ver, pero en este ejercicio de repensar el mundo y el hogar supongo que me hace falta ser más práctica y aprender a vivir como el caracol de la canción, como el caracol que carga su casa y se va🐌🎶 , he pensado mucho también al respecto de mi equipaje y la necesidad de aligerarlo, ante la imposibilidad de desasolvar emociones intentaré hacerlo al menos de manera física, y revisar los triques que acumulo para ver si mientras lo hago ocurre alguna epifanía pagana que me revele como aprender a extender mi piel para dar paso a más historias, si fuese mía algún tipo de cosmogonía vinculada al monte sin duda alguna sabría como extender todo aquello hacia la serranía, pero hasta en eso el presunto mestizaje nos dejo pochos, cortos de mente e imaginación, sin saber que hacer con los sentires.
Me iré en breve, y la mamá y yo nos preocupamos la una por la otra, yo porque no sé como hará para mantener el orden y ella porque no sabe como haré para comer con diligencia, yo porque sé le olvida sacar la basura a tiempo, ella porque volveré con tres tallas menos y los huesos marcados. He ido a comprarle galletas, mermelada, pan y café para los tentempiés de la madrugada, ella ha corrido a comprarme calcetines, vitaminas y suplementos alimenticios.
Y miro con desdén la maleta símbolo del nomadismo, ironizó con la idea romantiquera de viajar, es que yo no quiero volar, yo quiero ser un árbol y si es demasiada mi pretensión quisiera ser un helecho, cualquier pequeño arbusto o matorral, últimamente me azuza la idea de echar raíces, dar sombra y resguardo, y cuando la vanidad me gana se me ocurre que también pudiera ser muy feliz siendo un grano de arena o una piedra en el fondo del mar.
Pero ahí esta la maleta, la lista con los pendientes por hacer, mis pocas ganas y la apatía, las ganas de dormir hasta que llegue el momento de moverme, la incapacidad de despedirme, aunque ya todos lo intuyen, quizá las compras del kit covid me han delatado (un par de cubrebocas desechables a pesar de mis remilgos ecológicos, una careta, alcohol, desinfectante en gel, un atomizador nuevo) o ha sido el desgano y las bromas inconexas que brotan de mi boca para entretener al tiempo.
Hay que devolver los libros a la biblioteca, ordenar mi documentación importante, terminar el trabajo de campo de la consultoría, mirar los vestidos y seleccionar los apropiados para mis casi 30, y otra vez la vida a la maleta. Menos mal que la falta de entusiasmo ha sido algo de mi juventud tardía, de ser una constante hubiese sido impensable la universidad y seguro estaría lamentando la cobardía.
A lo mejor es que en el itinerario de viaje me hace falta contemplar una visita al mago de oz para pedirle alas de ramaje, follaje de plumas o menos creatividad para pretextar obstáculos nimios.