A la gente de puebla le da miedo salir de noche, temen que
en ausencia de gente y claridad les dé por orinar en la fuente de San Miguel,
temen también que algún maleante les cause un exabrupto, temen que se les nuble
la razón a la luz de la luna y no haya
ninguna iglesia abierta a dónde ir a confesar sus fechorías.
Por eso se quedan en sus casas, los adultos susurran a los infantes falacias sobre el
coco y el señor del costal, los niños crecen temiendo convertirse en los malos, pero es a las niñas a quienes más
historias les cuentan, en la sobremesa, en la escuela, en el seno de la familia
se inyecta el miedo y la desigualdad, se prepara a las víctimas con antelación
para ser víctimas pacíficas, estáticas, pequeños receptores de violencia con estética
femenina.
La gente de Puebla no sale de noche y mejor se queda en casa
donde tienen su altar particular, por si se les ocurre hacer alguna tarugada
tener a dónde correr a pedir perdón de manera inmediata, los hombres le
susurran a las mujeres que es mejor quedarse en casa, no caminar por las calles
porque la noche transforma a los desconocidos en potencial peligro.
Las mujeres nos quedamos en casa sin saber que de los muros
de ese hogar continúan exudando las
mismas historias que nos contaron de niñas, y nos encerramos, nos aferramos a
los muros del hogar pero en el fondo sabemos que ni ponerle llave a la puerta,
ni candados, ni un sistema de alarmas
nos hará dormir tranquilas; porque las historias siguen retumbando allí en los
muros de nuestra cabeza, debajo de nuestra piel.
Porque la historia sigue retumbando en ellos allí dentro de
su cabeza, debajo de su piel, en los medios de comunicación, en la casa del
vecino que golpea impunemente a la vecina, en aquel familiar que a todas voces
se sabía golpeaba a su mujer, porque las mujeres somos propiedad, un bien a
proteger o violentar, porque los bienes son enajenables, vendibles,
destruibles, depende del deseo del propietario.
A través de la historia nos hacen creer desvalidas y luego nos condenan por no defendernos; porque nos enseñan a cerrar la puerta muy bien y que no entre nadie, el candado de la familia, la llave del amor romántico y la alarma del escarnio social, son intentos fallidos en nuestra defensa y al final terminan dejándonos a solas, frente a frente con ese otro, ese otro potencial peligro y a loa vez ente conocido, cuya experiencia nos dicen debe darnos sosiego pero en lugar de ello nos causa inquietud…
Peligro latente
Riesgo constante
Los maleantes rara vez salen de noche, muchos se quedan en
sus casas resguardados para hacer sus fechorías, porque estar adentro les
produce confort, se saben protegidos de los otros que podrían en un arrebato de
lucidez intervenir y frustrar sus planes de dominación y odio.
Las calles, el afuera, se caminan en general tranquilas bajo un alumbrado público de media luz que en
ocasiones podría parecer parte de una ambientación romántica, pero en realidad lo que dice es tercer mundo.
El afuera suele ser apacible hasta que te atraviesa el escalofrío
de un grito, de los gritos emanados de casas bien iluminadas, y si uno pone atención
inmediatamente podrá sentir su corazón helarse con el sonido de cientos de
llaves apresando nuevamente los “bienes femeninos” dentro de los muros domésticos
so pena de garantizar su seguridad.
Salir de noche últimamente me place, me resulta grato y me
regodeo en ello, aunque debo confesar que en mis paseos nocturnos he llegado a
sentir miedo de pensar lo que hay al interior de algunas casas que observo en
mi andar.