sábado, 11 de octubre de 2014

cuento con mensaje ambiental y final abierto

y sacado desde el baúl de los recuerdos, el cuentillo que me inspiro un limonario que no acabo de aclimatarse al patio de "esa mi casa paterna":


¡Oh! Este sol ha perdurado toda la estación con escasas lluvias, resulta extraño,  en años anteriores a estas alturas ya había recibido mi dosis vital de humedad y ese airecillo fresco y burlón que llega de las cercanías, es el sutil rumor de lluvias en  los alrededores, este aire que me lastima, hiere  mis hojas secas, las rompe con la más breve brisa,  juega cruelmente con ellas, antes de dejarlas reincorporarse a la tierra, polvo eres y en polvo te convertirás, pero no, aún no es tiempo, estoy lleno de frutos  que saciaran la sed de los demás, hecho triste el que no pueda saciar la propia, cosa irónica que esté muriendo por falta de agua en la estación de lluvias.

 Las nubes pasan obscuras, coquetas sobre mis ramas llenas de frutos infructíferos que no llegarán  a madurarse, ni a saciar la sed de alguien, así como no sacian la mía,  pasan sonriendo las muy ingratas, en ocasiones hasta acompañadas de una orquesta de truenos, relámpagos y rayos que anuncian su proximidad, pasan con sus efectos especiales, unas indiferentes y otras benévolas, las indiferentes nos abandonan a nuestra suerte, las benévolas, intentan descargar ese néctar de vida que traen a cuestas para así también aligerar su carga,  comienzan a caer las primeras gotas, “ploc-ploc-ploc” caen en el suelo agrietado,  más bien se incrustan pues apenas se incorporan son absorbidas con vehemencia, “ploc-ploc-ploc”, caen en algunas de mis hojas y mis frutos polvosos comienzan a sentirse lavados. 
Entonces de la nada, aparece un viento socarrón, ¡envidioso, egoísta, traidor! sólo quiere jugar  con las vaporosas nubes y comienza a empujarlas, mis benefactoras ansiosas de sobrevolar nuevos territorios olvidan su crucial tarea y se dejan llevar dócilmente ante el espectro de  conocer nuevos territorios, mientras el viento las acaricia y les silba relatos de lugares lejanos, la naturaleza de las nubes las hace ser así, soñadoras, por eso no tienen una forma definida y bien pueden parecer caballitos, barcos piratas, dragones, unicornios, autos, Pancho Villa o mi madre, pero ese airecito cínico a quien no tolero a veces, va de aquí para allá, lleva y trae noticias de lluvias cercanas, ríos colosales, océanos lejanos, todo un banquete que extasía mis sentidos, todo un festín del cual puedo percibir signos pero no servirme de él,  en ocasiones creo disfruta de torturarme el muy sádico,  ese vientecito que se mofa de mi desgracia o peor aún, ni siquiera ha reparado en ella, ese airecito incorregible que gusta de arrancar sombreros y levantar faldas no se toma nada enserio. Ayer intente dialogar con él y me negó la conversación, se dice muy ocupado pastoreando a las nubes de aquí para allá, tiene que humedecer el Desierto de los Leones y no dejar a las nubes detenerse sobre la Lacandona,  ese airecito que es capaz de poner verde a Luvina y dejar café grisáceo a Misantla.

Un día más y otro, una semana y otra más, ya ha pasado un ciclo lunar y  por fin las hormigas comienzan sus días de labor infatigable, día y noche trabajan, para recolectar  provisiones, pero... ¿qué veo? … Han empezado a desnudar a uno de mis vecinos y poco a poco le desgarran los vestidos, esta faena tortuosa dura varios días, sus pobres ramas desprovistas de hojas  para protegerse del sol comienzan a ponerse amarillentas, no comprendo como la luz del sol ingrediente necesario para nuestra alimentación puede dañar a uno de sus hijos, puede dañarme, esa benevolente luz es como una caricia persistente, que está empezando a corroerme el cuerpo, como si quisiera despellejarme y que toda mi savia se derramara para ver si así logra cerrar las hendiduras del piso reseco, todos mis hermanos comienzan a preocuparse también,  las hojas que antes apuntaban hacia nuestro luminoso padre, se repliegan hacia el suelo buscando resguardo, un suspiro húmedo, no tan abajo compañeros que esos camicaces rojos han terminado de asesinar a nuestro pequeño hermano y ahora andan de nuevo a la expectativa, cual tribunal de la santa inquisición deben estar deliberando quién será la próxima  víctima, la sola idea de que pueda ser yo hace que me estremezca desde la rama más elevada hasta mis raíces en lo profundo, me siento vulnerable y patético,  vulnerablemente patético, como un elefante que teme a un pequeño ratón,  a miles de pequeñísimos ratones rojos asesinos.

Me ha despertado un leve cosquilleo, esto debe ser una pesadilla, un sueño  de esos donde me despierto dentro de otro sueño, por favor alguien despiérteme, vientecillo travieso ven a jugar con mis hojas, has un ruido atroz y ahuyenta a estos asesinos seriales, que han comenzado a mutilarme, ¡ayuda, alguien por piedad! hasta toleraría un plaguicida,  ¡mis hojas, mis frutos! ¡ay de mí!, esto es una carnicería, finalmente cuando casi están por acabar conmigo y solo faltan las hojas bajas aparece un hombre muy de mañana trayendo consigo un cubo y comienza a repartir de beber a mis hermanos, su pequeño vástago le cuestiona el motivo por el cual pasa de largo frente a mí y no se molesta en regarme, el hombre acerca al pequeño y le muestra a los asesinos silenciosos, el hombre sigue yendo y viniendo, mientras el pequeño contempla, me hace justicia y mata a una de miles, coge uno de mis frutos, lo lleva hacia sí, lo huele, lo observa, lo acerca a su pequeña boca curiosa, llega  a sus papilas gustativas y entonces… aparece una mueca de repulsión  ante el fruto inmaduro que acaba de probar, lo escupe desilusionado y se va a jugar por ahí,  al menos mató unas cuantas, aunque llegó algo tarde, tarde para mí, al igual que su padre, al igual que todos los humanos, siempre están llegando tarde y pretenden así definir el mundo cuando no han asistido a su creación, quizá por eso lo destruyen para tener al menos el privilegio de ser testigo y parte del fin.

Están desprendiendo el último fragmento verde de mí, mi tronco, mis ramas, todo Yo,  estoy amarillento, el aire viene jubiloso, ya nos toca una regadita,  me alegro por mi compañeros, por las hormigas que terminaron a tiempo, y ahora entran a su siniestra cueva llena de muerte, de muertos, de vida, de la parte viva de mi que ahora está muerta;  entonces ellas llegan se detienen, se instalan, observan todo lo que han hecho falta, creo que eso les eleva el autoestima,  para que después de anunciarse con truenos y relámpagos comiencen a descargarse, lloran lágrimas de vida, las primeras lágrimas son inmediatamente aprovechadas, “ploc-ploc-ploc” y las hojas se levantan hacia el cielo, las ramas se extienden,  mis hermanos se yerguen, son altos pero ahora se ven aún más altos, yo los admiro desde lo bajo, mi piel esta tan áspera que ya no logra absorber nada,  no puedo sentir la humedad que penetra en el subsuelo y rodea mis raíces, mi raíces inertes, entonces:

a) Pienso, que manera tan irónica de morir a pocos días de saciar mi sed, asesinado por insectos yo la obra más perfecta de la naturaleza que fabrica su propio alimento y crece hacia la luz, muerto por un insecto, miles de ellos, pero a fin de cuentas insectos, deja de reírte vientecito bufón.

b) Antes de irme definitivamente miro al suelo y uno de mis frutos está allí, mitad podrido, mitad enterrado, no entiendo cómo, pero un pequeño tallo se deja entrever, quizá no fue tan infructífera mi estadía en esta estación. 

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