Los planetas se alinearon para que el buen tino del amigo, por tres meses consecutivos consiguiera dar con el inicio de mi monstruación, aunque más preciso aún habría sido decir que verlo me causaba una sensación entre tranquilidad, seguridad y contento, y que su presencia ayudaba a conservar la cadencia y exactitud del mentado ciclo, era por ello que mi útero se animaba a arrancarse las cortinas viejas, toda vez que el cuerpo humano es un conjunto orgánico tan bien ensamblado que cualquier estímulo del exterior termina por viajar por el sistema nervioso e impactar piel adentro, pero no todas las personas están listas para las precisiones, entonces preferí darle asco antes que miedo, porque como dice una de las cartas de Rosario Castellanos debe de sentirse un poco incómodo significar tanto para una gente, sobre todo cuando el gesto es insignificante, casi imperceptible.
Sucedió por primera vez en navidad, la segunda y más dolorosa durante un partido del mundial, y la última en un bar, debió de ser bastante la sensación anestésica que causaba su presencia como para animarme a salir de la comodidad mi cama, que se vuelve la madriguera de una criatura herida cuando la moustrosidad me alcanza, entonces salía con ese enorme curita que usamos las mujeres entre las piernas para cubrir la endidura que algunos romantizan, otros quieres explorar y unas más osadas saben realmente como tocar.
Debió ser mucha la casualidad y mucho el estímulo endorfinico, semejante al de un opiode, pero sin el efecto de crear una dependencia letal, aún así extraño al amigo que alguna vez por obra del destino me acompaño involuntariamente mientras el moustruo emergia.