aunque no dice más que palabras desoladas,
se conforma con escuchar su tonada
omitiendo las palabras pronunciadas.
Embelesada con el amor ajeno,
ora que al otro correspondan
y no pruebe la hiel de la derrota,
que el sacrificio funcione como ruego,
que los cielos se apiaden,
que llueva pan y brote miel del cielo.
Más no se confunda altruismo y egoísmo,
cuando solo se busca conservar la risa
de quien en amistad obsequia confesiones,
sin saber las dobles intenciones
de un oído que se adjetivaba masoquista.