El fin de semana pasado, después de una madrugada tribulada, dónde acabe siendo el oído de la boca que me gusta, para escuchar las clásicas y predecibles penas de amores -las cuales no me incluyen, ni me incumben-, decidí encaminarme a algún museo después de desayunar, la idea se me instauro en la cabeza el día anterior después de ver el flayer de una exposición que prometía reflexiones entorno a la raza, clase y el género, así como una reflexión en torno a los museos como dispositivos ideológicos, el nombre de la exposición El orden de los factores de Sandra Gamarro Heshiki.
He de confesar que se me quedo atorado como borrador un "¿te gustaría acompañarme a ver una exposición?", en una mezcla que involucraba el miedo al rechazo y el saber que ir a un museo siempre ha sido algo muy íntimo para mí, muy íntimo en medio de gente desconocida, esto es porque me tomo mi tiempo, veo la obra en orden, desorden, orden inverso y a veces me da por quedarme pasmada frente a alguna pieza por horas, pero también puedo pasar de largo por salas enteras si algo no me interesa; Supongo que por consideración no sometería a nadie a mis caprichos museriles, y mucho menos a la persona que injurio mis oído con los amores que me excluyen, que alimentan mi morbo por el comportamiento humano y que sobre todo dan potencia a las voces de mi cabeza que repiten en tono casi marcial "la monogamia no es natural".
Estar en la exposición fue maravillosa, se repartió en tres de las salas del piso 1, el discurso estaba lleno de antropología, tal vez por eso me llamo la atención, la primera sala hacia alusión a la identidad y al cuerpo social, a aquello que aleja la civilización de lo salvaje y hacia referencia a cómo se considera que algunas culturas apuntan hacia el futuro y otras hacia el pasado desde esta categorización dicotómica.
La segunda sala entro en materia de la principal crítica, las pinturas de Castas de finales del siglo XVII, acompañados de frases de Silvia Federicci, considerando que es feminista marxista, claro que el texto que acompañaba a cada imagen cumplió su cometido, además de apoyar a quien observa con datos que apuntan a cómo el capitalismo temprano necesito de la desvaloración e invisibilización de los trabajos de cuidados, los cuales descansan en una división sexual del trabajo basada en convenciones sociales que desfavorecen a las mujeres, especialmente a las racializadas.
Esta sala fue la que ocupo mayor parte de mi tiempo, pues justo pude apreciar el orden ascendente que tenían las pinturas que iban desde una pareja de Yndios, en el cuadro 1, hasta una pareja de Espanol Gente Blanca quasi limpios de su origen, los últimos cinco cuadros mostraban mezclas no deseadas para ese tiempo, además de que en un ejercicio de antropología amateur, por no mencionar mi mal hábito de escuchar conversaciones ajenas, pude escuchar la apreciación de otros visitantes sobre la obra, que en general no fueran tan positivas, a lo cual, no deja de sorprenderme la habilidad que tiene la gente para negar la existencia del racismo o atribuir a la ideología aquello que no concuerda con la visión y el discurso hegemónico.
Finalmente, en la tercera sala reino la frase "querían brazos y llegamos personas", para hacer énfasis en la deshumanización de las tareas de servidumbres establecidas de acuerdo a la casta, en un paralelismo entre la explotación de la naturaleza y las mujeres en la lógica de la época colonial, motivo por el cual flores, frutos y brazos son resaltados en las pinturas, como se puede apreciar a continuación:
Quede bastante satisfecha con mi visita al museo, que espero se repita pronto, porque he de añadir que al final del recorrido y toda la fascinación caí en cuenta de algo sumamente importante, y es que llevaba varios años sin acudir a un museo, prácticamente toda la pandemia y antes de ella, el último museo al que acudí si mal no recuerdo fue a l'orangerie, durante la fugaz visita a París en verano de 2018; entre tanto drama del corasound y contratiempos económicos que no produjeron más que malestares olvidé algo fundamental para mí, muy importante como parte de mi ser ñoño, entonces saliendo del museo me prometí con mucha solemnidad, aunque nadie pudiera oírlo, no volver a alejarme jamás de aquello que me alimenta el alma.