En el umbral cómo la Chayo Castellanos, mirando de soslayo, sólo que este umbral por el que fisgoneo no es una puerta sino una ventana, una venta digital, los distanciamientos sociales y las prácticas corteses nos reducen a mirar por monitores la vida de aquellos que por distintas circunstancias dejan de ser parte de nuestras vidas, pero con la tecnología una adquiere el hábito masoquista de no dejarles ir del todo, y las conversaciones se almacenan, y las fotos, y los mensajes, y los anhelos, y las palabras cariñosas coleccionadas en un chat.
Con la edad el hábito masoquista de preguntarse por lo que no fue se acentúa, a veces por mesura uno va intentando soltar poco a poco el lazo cibernético, más por cariño al otro que por amor propio, porque hay quien fue tan bueno y amoroso que el mejor regalo que puede darle uno es la ausencia, que borra los puntos suspensivos y la posibilidad de algún café, el mejor regalo para aquel a quien se quiere bien es cortar el flujo de información en tiempo real, para que el flujo de ceros y unos deje de punzar.
En el umbral de los 31 reviso las conversaciones, quizá en mucho por el juez implacable que mora en mi cabeza, y es varón muy tradicional, que pregunta por qué dejaste pasar los años en que era una joven deseable, por qué no estoy con aquel que prometía vacaciones dos veces al año, o con ese otro que me llevaba a pueblitos mágicos cada fin de semana, o el elegante caballero mayor que yo que prometía hijos con una gallarda figura, o el amante intenso cuyo aroma te engullía por completo para después buscarle inconsciente en la cama; pero la respuesta está ahí mismo, no hubiera experimentado, ni sentido taaaanto sino fuera porque me atrevía a la libertad y la soledad que conlleva.
Atreverse a la libertad y la soledad, supongo que esa ha sido la consignada de esta década que voy inaugurando, bastante bien he de decir, después de tener una segunda mitad de los veinte compleja, la pobreza de vivir con salario y medio al día, una pandemia donde fui población de riesgo, varias roturas de corazón, el volver a casa por un año para dejar de romanizar el nido materno; y luego iniciar los 30 de nuevo con trabajo haciendo lo que me gusta en un entorno más complejo pero relativamente mejor pagado.
La vida de enero de 2021 a la fecha ha comenzado a sonreír de nuevo, con una sonrisa tímida y sutil, retome aquel diario que comencé el 02 de abril de 2018, aquel que en su mayoría tiene momentos tristes, y al fin pude culminarlo el sábado 23 de abril de 2022, cerró menos pesaroso y más esperanzador, mi entusiasmo me llevo a comprar otro diario que espero terminar antes de que cumpla el año en mis manos, compré una libreta color verde por el simbolismo del color, porque me siento así, como un pequeño arbusto cuyas hojas comienzan a emerger después de un proceso doloroso por el cual los nuevos retoños hubieron de abrirse paso por los poros de una corteza ya adulta y áspera que se resistía. Las propuestas laborales de inicio de año me llevaron a Tehuacán, pero para mi cumpleaños 30 alcance a llegar a Puebla y la pensión donde viví mis primeros años, estar aquí fue como tocar tierra firme después de un naufragio realmente pesaroso, el descanso en un lugar familiar y la importancia de tener una habitación propia, un espacio físico y mi eterno gusto por las habitaciones pequeñísimas que me cobijan y abrazan en sus pequeñas y justas dimensiones.
Ahora lucho, lucho mucho, contra el síndrome de la impostora ante un ascenso reciente, y la vergüenza de la publicación tardía de un artículo que más bien parece ensayo, pero está ahí existiendo a pesar de que no le esperaba; lucho y me divierto con la tensión entre lo que debería estar haciendo y un cutis de adolescente que aún delata mis periodos hormonales. Lucho en tierras más tranquilas y sigo divagándome sobre si algún día podría atreverme a la libertad acompañada, o si esta figura retórica no es más que bello oxímoron en mi cabeza.