Y permanecí en la ducha así, inerte, paralizada, con temor de enjuagarme, con miedo de que el agua no limpiase sólo el dolor y el resentimiento añejo que traía impregnado en la piel desde el año viejo, me quede pasmada ante el pavor de perder también los caminos de besos que dejaste en mi carne, sentí terror al imaginar que el agua podía borrar el rastro de tu aroma que aún adivino la olfatear las yemas de mis dedos, me quede petrificada ante el miedo de perder las memorias de mi cuerpo echado en tu sofá frente al televisor, de las noches en tu lecho y me heló la idea también de descuidar los gramos ganados a fuerza de desayunos de huevos con chorizo y un par de besos fugaces para el resto del día.
Pero hoy decidí ducharme, y lo hice, al fin el agua me limpio por fuera, dulce y cristalina me acaricio, me quito capaz de mugre acumuladas en la piel, el exceso de grasa en el cabello, la presión baja de la inactividad, la pereza y el autodescuido -breve-.
Hoy me duche y por poco hasta me peino. El año nuevo apenas empieza para mi. Era necesario lavarse el rechazo, poner a remojar el corazón roto, borrar con la lluvia fina de la regadera los surcos salados de noches insomnes en la soledad de tu recuerdo, de esa mirada fría que quema dentro del ardor de tu gélido rechazo.
y aquí estoy escribiendo con el corazón hecho boronitas en este inicio de año, pero escribiendo porque es lo único que me queda.
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