Sobre investigadorAs y género
Recuerdo
que en primer cuatrimestre los compañeros de otras generaciones nos compartían
sus experiencias sobre sus fines de semana en campo[1], en bongobongo esto en
bongobongo lo otro, algunas veces hablaban un poco sobre la manera de
relacionarse, hacer rapport, y entre
las futuras antropólogas la constante
era la manera de relacionarse que atendía más bien a la alimentación, ayudaban
en la preparación de alimentos, a servir alimentos (cuando no era sacrílego
hacerlo), echar tortillas, hacer tamales, atole, mole, etc. todo desde lo que
la educación de género les permitía hacer o asumían podían y debían hacer como
mujeres, para volver de campo con un recetario completo y la clara certeza de
que estorbaron en la cocina.
Lo más notorio del caso es el respaldo de los docentes que aconsejan la inserción de sus alumnas de este modo[2], abundan las anécdotas de
aprendices que habían dicho o hecho cosas que dentro en las comunidades se han
interpretado como insinuaciones sexuales, pero no hay alguna historia dónde
esto haya desencadenado en la censura
colectiva por parte de las mujeres locales, ni demás miedos que aquejan a quienes aconsejan
mantenerse cerca del calor del fogón para resguardar su integridad, quizá se
encuentren con algunas risillas burlonas, miradas de censura y luego el sonrojo
de aquellas que se esfuerzan arduamente por demostrar que son buenas mujeres a
través de la integración en la dinámica doméstica.
En
eso pensaba mientras leía sobre Isabel Ramírez Castañeda una arqueóloga de
principios del siglo pasado, sobre cuyo trabajo se sabe menos que de su
carácter según los juicios de las distintas autoridades antropológicas de la
época; Isabel Ramírez Castañeda la chica que recogía cerámica según Caecile Seler – Sachs[3], fue una de las pioneras
en los estudios arqueológicos y antropológicos en México, cuya figura se
intenta rescatar a partir de algunos escritos, aunque más se sabe de ella por
cartas que opinan sobre su manera de comportarse que de su trabajo, del cual no
hay ninguna cita en los textos que hablan sobre ella, y a pesar de esta crítica
anticipo que este trabajo se caerá talvez dentro de la misma cantaleta.
De
Isabel se sabe que nació en Milpa Alta (1881),
una comunidad indígena nahua,
dado que era hablante del náhuatl (ella fungía como traductora de Seler y Boaz[4]) podemos aventurarnos a
decir que probablemente pertenecía a este grupo étnico, estudio en México la
profesión prescrita a las mujeres, profesora normalista, la arqueóloga del INAH
Miriam Gallegos en entrevista para un programa de radio[5] comenta que es importante
señalar el hecho de que ella pudiera ir a estudiar a la ciudad, algo que no se les permitía comúnmente a las
mujeres y tampoco a los hijos de familias pobres, así que Isabel probablemente
perteneciera a una familia acomodada[6].
La arqueóloga
invitada del programa radiofónico hablo de Isabel exaltando su labor como
analista y clasificadora, actividades asignadas a ella en función de su género,
ya que como mujer las labores de interpretación e investigación se encontraban
vedadas, tal vez por ello Isabel recogía cerámica mientras Gamio descubría
pirámides, y tal vez por esa razón Miriam Gallegos acelero la voz cuando hablo
de sus contemporáneos, para no seguir hablando de Isabel en función de Gamio,
quién la causalidad lo hizo hombre, acaudalado y antropólogo en un tiempo dónde
la mirada mundial y el recurso económico
se encontraba en México, lo que permitió su nombre quedara grabado en
los anales de la historia mexicana, una historia hecha en su mayoría de personalidades masculinas.
Zelia
Nutall tuvo una suerte parecida, aunque en su calidad de extranjera y con un
mecenas que le facilitara la investigación obtuvo mayor reconocimiento, hasta
una brevísima semblanza suya en wikipedia, su recuerdo al menos en la red se
encuentra ligada a la discusión que tuvo con Batres que no menciona ni por
accidente los recursos no académicos que Batres empleo para tratar de ganar la
discusión, cuando aludió a cuestiones personales e intento pintar como una
mujer histérica a su entonces contendiente intelectual:
Batres respondió
siempre llevando la disputa a un terreno personal, descalificándola como
científica. Describió a Zelia como una mujer histérica porque no había sido
incapaz de mantener una conversación racional y calmada con él sobre el tema de
las cerámicas de la Isla de los Sacrificios (Ruiz, 2006: 127)[7]
Batres
no respondió nunca en un tono académico a Nuttall, y de la discusión
transcendió únicamente que finalmente el primero había tenido la razón, y quedo
en el olvido el empleo de argumentos que aluden al género como motivo de
descalificación. Con Isabel algo similar pasó pero ella no tuvo derecho de
réplica o desconocemos si al menos estuvo al tanto de los inconvenientes que
tuvo con ella George Engerrand director de la Escuela Internacional de
Arqueología y Etnología Americana a la partida de Boaz, a quién le dirige una
carta expresándole:
Necesitaré suma
prudencia con ella pero quiero conquistarla con mucha bondad y procurando
canalizar su vanidad hacia las satisfacciones que pudiera proporcionarle la
producción intelectual (Ruiz, 2006:119)[8]
Estas
líneas fueron escritas aludiendo al mal desempeño de la no reconocida
arqueóloga, sin embargo poco hablan sobre su trabajo, y en lugar de parecer las
líneas que un académico haría sobre otro colega, se lee a un buen cristiano que
se esfuerza ante la ingratitud de un salvaje, lectura que tal vez podría no
estar tan alejada al reconocer las
distintas nacionalidades de los involucrados.
Desde
la lectura de una feminista postestructural podemos retomar a Butler y hablar
de las vidas que merecen ser lloradas y las que no, contemplar el género, la
clase social y la raza que entre mezcladas nos dan sujetos precarios que no
merecen reconocimiento o no son dignos de él, aplicado esto a Isabel Ramírez
Castañeda tenemos a una mujer, de clase
baja o media baja e indígena, lo que en suma nos arrojaría la manera en que
estas categorías se han desarrollado históricamente con el fin de
maximizar la precariedad para unos y de minimizarla para otros (Butler, 2010:
15)[9], y han operado no solo mientras ella vivía reduciendo sus
posibilidades laborales, de reconocimiento, sino también operan aun después de
la muerte, manteniéndola en el anonimato.
No
existe vida alguna sin las condiciones que mantienen la vida de manera
variable, y esas condiciones son
predominantemente sociales, ya que no establecen la ontología discreta de la
persona, sino más bien la interdependencia de las personas, lo que implica unas
relaciones sociales reproductibles y sostenedoras, así como unas relaciones con
el entorno y con formas de vida no humanas consideradas de manera general…
Dicho llanamente, la vida exige apoyo y unas condiciones capacitadoras para
poder ser una vida <<vivible>>… (Butler,2010: 38)[10]
Desde esta perspectiva podemos explicar el porqué del
anonimato de Isabel Ramírez, el desprestigio de Zelia
Nuttall, y el hecho de que ambas durante su vida fueran catalogadas como
investigadoras amateur, al no recibir el reconocimiento de su gremio y en el
caso de Isabel el título de arqueóloga; valdría la pena también preguntarnos
sobre sí han sido grandes los cambios desde el surgimiento de la práctica antropológica
en México a la fecha, o si es necesario implementar nuevas técnicas para
arribar a campo y abandonar al fin la primera gran división del trabajo
sugerida por Durkheim.
Bien
vale la pena reflexionar sobre lo que desde las aulas nos
enseñan, repensar este modo de integrarse a través de las labores del hogar,
para imaginar nuevos modos de interactuar con nuestros informantes, que
transciendan la cocina y la compra de blusas bordadas para sentirse más cerca
de la otredad, o de lo contrario posicionarnos al interior de la investigación,
explicitando la manera en que nos hemos insertado, sin dejar de lado el género,
que aunque parece ajeno nos vienen delimitando desde las clases de metodología.
Considero
pertinente exigirle a las compañeras que problematicen sus trabajos con la
variable de género, me resulta imposible saber de chicas trabajando en las
distintas sierras con mujeres y que dicha variable les sea ajena porque
consideran que el género no es pertinente al interior de su investigación,
cuando este está determinando el modo en que se insertan en sus ámbitos de
estudio, la manera en que se conducen ante la comunidad y también determino la
elección de sus sujetos de estudio, el modo en que fueron acogidas y atraviesa
de manera directa a sus informantes.
[1]
Digo fines de semana de campo y no trabajo de campo, porque una salida de tan
poco tiempo se asemeja más a un día de campo que a una práctica de trabajo de
campo.
[2] y
algunos anécdotas de arqueólogas
enfermas a causa del humo del anafre
[3] Rutsch, Mechthild. “Isabel
Ramírez Castañeda (1881-1943): una antihistoria en los inicios de la
antropología mexicana”, en Cuicuilco, enero-abril 2003, volumen 10.
[4]
Boaz solía formar lo que en la antropología se denomina antropólogos nativos.
[5]
Pragrama raíces. http://raicesudem.blogspot.mx/2014/01/raices-135-isabel-ramirez-castaneda.html
[6] Al
además saber leer y escribir en una época en que la gran mayoría de la
población era analfabeta.
[7] Apen
Ruíz Martínez, Carmen. Zelia Nuttall e Isabel Ramírez: las distintas formas de
practicar y escribir sobre arqueología en el México de inicios del siglo
XX. cadernos pagu (27), julho-dezembro de 2006
[8]
Ibídem
[9]
Butler, Judith. (2010). Vida precaria,
vida digna de duelo en: Marcos de guerra.
Las vidas lloradas. Paidós. Madrid, España.
[10]
ídem