domingo, 28 de junio de 2015

añoranzas ratonescas



8:30 am, la falta de liquido vital te obliga a levantarte, haz tenido suerte y lo sabes, deberías de considerarte afortunada de arribar en días que el calor desquiciante se encuentra ausente, días donde el sol tibio y la brisa fresca, brisa que anuncia su llegada desde mares lejanos, acarician tus cabellos, besan tus mejillas, los poros de tu piel están de fiesta, es el clima propicio del lugar que alguna vez fue el indicado por tus anhelos.
Debes levantarte ahora, necesitas ir al baño, necesitas hidratarte, necesitas ingerir alimentos, necesitas… necesitas recorrer la casa que alguna vez te cobijo, las paredes testigos mudos de primeras experiencias, necesitas saber quien ocupa tu anterior lugar espacial, esa extensión tridimensional que alguna vez fue tuya, el sueño se ha ido, tus ojos se abren, es momento de levantarte, despertar, saciar tus irracionales dudas.
Te sientas sobre la cama, tus píes descalzos rozan el piso, la sensación térmica es grata, compara con la que has sentido en los últimos diez  meses resulta más que placentera, giras la perilla del que alguna vez fue el “nidito” en donde ahora habitan tus amigas, es una suerte que ellas aun vivan allí, eso te da puerta abierta para entrar de nuevo, es como una especie de túnel del tiempo, pese a que tus muebles, ropa, libros, tú misma  no están, los recuerdos empiezan a fluir.
Parece que nunca fue martes, parece que jamás decidiste en un momento de ocio anhelar otro plan de estudios, parece que tampoco les informaste  a tus padres de manera precipitada, que tampoco actuaste sin pensar, sin mirar atrás, siempre intentando no sentir, ¡corre ratón! ¡Corre! Que la nostalgia te está alcanzando.
Te encuentras con el breve pasillo que da a los demás cuartos, las inquilinas no son las mismas, sin embargo extrañas la complicidad que alguna vez encerraron esos paralelepípedos, noches sentada  en el suelo contando miedos, sumando aspiraciones, restándole horas al sueño, multiplicando amigas,  dividiendo penas, creando el mundo del que pronto te fugarías por la  puerta trasera.
Cuatro pasos y estas frente a la escalera, la misma escalera polvorienta que te veía bajar y subir, que te extraño por las mañanas cuando decidiste que el turno matutino no era lo tuyo, la misma en la que te sentabas a conversar por horas o solo ha oír música, cuando la soledad de tu cuarto te agobiaba, allí estaban ellas, cumpliendo una segunda función con toda su estreches, escalera si fueras más espaciosas no te querría, ¿Cómo podría sentirme protegida en un lugar tan holgado?
Un escalos, dos escalones, las plantas de tus pies comienzan a teñirse, para cuando llegas al  quinceavo escalón te sientes en casa, pero no en tu casa, solo en casa, la casa de alguien más que alguna vez fue tuya, pero ahora no lo es, la cocina sigue igual, misma estufa, mismo refrigerador, misma mesa, mismas sillas, mismo  fregadero, te miran, los miras, es un encuentro incomodo, debieron agendar  y quedar en el café parroquia.
Supongo que extrañan mis intentos de cocinar, la comida de mamá que almacenaban cada semana, los eternos huevos revueltos,   los desayunos acompañados de cerveza mientras leía el periódico on-line, supongo que echan de menos estar cubiertos de grasa, albergar mi apetito, deberían liberarlo, he venido por él, no he vuelto, solo vine por mi apetito.
Enciendes el calentador, es necesario que salgas de allí, debes de estar volviéndote loca, los muebles no hablan, la escalera no te abrazo, las plantas de tus pies están sucias, el calentador prendió mal, debes devolverlo a piloto e intentar encenderlo después, cuando el sonido de la reacción fuego-gas sea armonioso y el calentador está haciendo su trabajo de manera correcta.
Te dispones a bajar, pero se te olvido algo, tu cuarto, el que alguna vez fue tu cuarto, giras la perilla, está cerrado,  das la vuelta y te asomas por la ventana enorme, la ventana enorme que alguna vez fue tuya, pero ya no lo es más, la ventana enorme donde alguna vez alguien estuvo sentado frente a frente con la noche, descalzos sus pies, morena su tez… una noche, una noche como la noche de ayer.
La habitación está vacía, ya no está tu cubre cama amarillo de flores de colores, no está el oso que te regalo papá cuando tenías doce años, no están tus eternos libros sobre la mesa enorme ubicada entre los dos armarios vacios, tampoco estás tú, es hora de irte, debes continuar el viaje, este puerto solo fue una parada en el repertorio.
Giras intentando entrar en la cocina, hasta que notas que abriste la puerta, la misma puerta del cerrojo sarroso, el cerrojo que tardabas horas en lograr abrir, la maña para  hacerlo sin ruido fue adquirida en un mes, lo que bien se aprende nunca se olvida.
La terraza, desde donde  se ve el mar, la terraza donde pasabas horas, la terraza donde cenabas, la terraza cubierta de cables que si alguien la ve podría osar a decir que es ordinaria, incluso fea. La terraza pintaba de inmaculado blanco, escarchado por granitos de arena que el viento trae de aquí para allá, la terraza  donde se veían a la estrellas moverse tan rápido, hasta que un día te diste cuenta que ellas seguían danzando al mismo ritmo, las que aceleraban el paso eran las nubes, no todo  siempre es lo que parece.
Ya es tarde y debes moverte, acelerar el paso, salir de la casa de tus amigas y demás inquilinas desconocidas, abres una puerta vieja de lamina, corres el cerrojo también viejo y sarroso, cruzas una cocina cualquiera, bajas una escalera ordinaria de quince peldaños, uno, dos, tres,… quince, pasillo pequeño, estas de vuelta en la habitación, algo debe tener este lugar que te fascina.