Además de cuestionarme ¿Qué de mi aprendizaje antropológico y experiencia de vida respaldaban un supuesto tan idealista? La exclamación inmediata fue "¡Que puto asco!", y luego vino la culpa...
¿Quién soy yo para estigmatizar la práctica erótica de otra persona?, ¡Que de hueva! Accionar desde el pánico sexual, donde el cuerpo del otro es algo sucio y un transmisor de enfermedades, una vez externado lo anterior, no queda más que ser una adulta, ofrecer una disculpa por el mal uso del lenguaje al cretino en cuestión y enfilar al laboratorio a hacerse los estudios pertinentes, no hay más.
No hay retorica de mujer herida, porque un contrato no cumplido lo único que objeta es volver al uso del mismo servicio o producto, los descarta por incumplimiento del catálogo de acuerdos o cambia las condiciones, y en el ejercicio sexual denota una elección: se continúa con las prácticas inseguras, se incluye el preservativo en el acto o en su defecto se abandona ese vínculo erótico, no hay opuestos binarios, solo decisiones en torno al uso del cuerpo y los placeres.
Eso sí, que de mierda la educación masculina que no sabe usar un condón y que de mierda la educación femenina que se cree el cuento de que solo cogen a pelo contigo; pero más mierdísima esa educación sexual que sobrecoge la ficción de dos adultos pactando desde la monogamia, una monogamia que genuinamente ha demostrado no ser efectiva en ningún aspecto, eficiente ni funcional para nadie, que se abandona a los cuidados del otro, un otro carente de herramientas para conjugar el placer y la ética.
¿A quién le exige una cuidados y responsabilidad afectiva? Para el control de daños y esos otros supuestos idealistas, ¿Al vato que en su vida se ha hecho pruebas de ITS y que porta los condones como signo de una vida sexual activa pero que rara vez hace uso de ellos?, ¿A las amigas que se emocionan y ven "señales de afecto" en las consideraciones mínimas que enmarcan la civilidad?
Aquí tampoco caben los reclamos, pero si los aprendizajes, ojalá los aprendizajes fueran distintos a desconfiar del otro, ojalá aprendieramos a pactar en términos más reales, ojalá aprendieramos a aprehender al otro desde la ética del placer, y no desde prerrogativas caducas y ajenas a las realidades.
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