domingo, 6 de mayo de 2018

Relato

La noche anterior lo había decidido después de la tercera o quinta botella de vino, un mensaje, en respuesta una llamada y al otro día yo comprando un boleto, el boleto para dirigirme al puerto, esperaba con dudas e incertidumbres en la sala del ado, deseando ya estar abordo  para descartar la posibilidad de echar para atrás, cuando el bus salió del anden sentí tanta paz, ya estaba hecho iba de vuelta al lugar de noches de sábanas adheridas a la piel, amenizadas por el andar torpe de ventiladores pegados al techo, cuyas danzas mortales amenazan todas las noches la vida de los jarochos, estaba volviendo al lugar del que quizá no debí de haber huido. 

Un par de horas después me encontraba en el lugar de siempre esperan a Andrei, nunca sabré si el lo consideró así, pero la trillada asta bandera siempre fue nuestro lugar de reunión, el típico lugar corriente, nada especial que emplean todos, quizá lo consideré nuestro porque la cotidianidad me parece romántica, porque de algún modo en aquel húmedo y salino lugar anclado a su piel finque un hogar imaginario.

Él era estudiante de psicología y yo de comunicación, ahora él era más "realista",  había dejado la psicología, tenía empleo, auto y solvencia económica, incluso en su historial de amores fallidos había ya algunos intentos de establecerse, intentos que hasta la fecha he mirado con bastante ternura, ya que hasta hoy la naturaleza de su amor me parece incompatible con el compromiso, un amor que clasificaría más bien como libre y honesto, realista entorno a la inexistencia de la monogamia , o quizá aún lo continuo idealizando. 

Lo esperaba descalza en la playa un tanto inquieta, preguntándome si aún nos parecíamos aunque sea un poquito a los que fuimos hace siete años, y la respuesta no se hizo esperar, allí estaba él desde la plataforma pavimentada del asta tratando de escudriñar cada milímetro de la playa tras sus gafas oscuras, innegablemente era él enfundado en un pantalón de vestir y una camisa blanca, sus sandalias despreocupadas y bermudas de universitario habían desaparecido pero sin duda era él.

Justo me ponía los zapatos desde el otro extremo de la playa y los sentimientos se agazaparon cual tsunami, las ganas de correr pero a su vez retrasar ese encuentro me tenían azorada, sí retrasarlo para disfrutar eternamente  la expectativa de vislumbrarlo casi al alcance de las yemas de mis dedos, allí estábamos a punto de encontrarnos y una sonrisa incontenible invadía mi rostro, mis músculos faciales reventaban de alegría, de felicidad, caminé esos últimos pasos para reencontrarme con él a sabiendas  de que irme fue la decisión adecuada, ya que la emoción del recuentros me llena el alma.

Llegamos a su cama, dónde recordé la simpleza de las relaciones carnales, el disfrute de comprender que aunque no compartimos las mismas posiciones ideológicas, la piel llena de terminales nerviosas  transciende teorías, religiones y prejuicios; sin duda alguna ya no eramos los que fuimos, la vida y las distintas parejas nos habían dotado de nuevas caricias, manías y artilugios sensuales, maneras de explorar al otro y compartir.

Arribar en el lecho fue un ejercicio de memoria y redescubrimiento, sumado a un par de galletas espaciales y la constante música de cultura profética hicieron que los tres días se fueran en un parpadeo, literal un parpadeo ya que entre nuestro estado de enajenación, los ojos cerrados de placer, tareas únicamente interrumpidas por las horas en que muy merecidamente nos abandonábamos a retozar en los  brazos de Morfeo, me la pase prácticamente con los parpados pegados, sólo abrí los ojos para despedirme en la central de autobuses y ser depositada con un breve beso de despedida en la realidad. 


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